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Padrenuestro XVI. Amén

Publicado: 07/06/2016: 19029

Amén es una palabra de origen hebreo que significa mostrarse firme, seguro. Decir amén, por tanto, es saberse en la seguridad que da Dios, porque reconocemos su amor, su verdad, su santidad, su misericordia y su fortaleza.

Isaías dice: "Quien desee ser bendecido en la tierra, deseará serlo en el Dios del Amén".

Pero ¿qué debemos decir: 'amén' o 'así sea'? La traducción de los LXX, al transcribir este término, lo traduce ocho veces por 'amén' y 17 por 'así sea'. Con lo que el amén viene a ser una moneda con dos caras. Por su haz muestra la fortaleza, la seguridad y la firmeza. (San Pablo lo recordaba afirmando: "Sé de quién me he fiado". Amén). Y por su envés muestra lo que se desea y espera: "Dichoso el hombre que confía en ti". Así sea.) Por eso, en el amén se encuentran perfectamente entrelazadas, la fortaleza del Padre y la mirada de los hijos que suplican con esperanza.

Llegar al amén en el padrenuestro, significa que estamos dispuestos a ascender la escala que acabamos de descender desde el Padre hasta la ten-tación y el mal, que es donde nos hallamos.

Por eso, proclamar con fe el amén supone que queremos ascender desde el mal, hasta la fidelidad y amor del Padre; desde el asedio del Malo, hasta el Padre que nos libra de la tentación y nos perdona así como noso-tros perdonamos; desde el perdón, hasta el pan que es de todos y que he-mos de repartir como hermanos; y desde el pan, hasta la voluntad del Padre, hasta su Reino y su Santo nombre que es Padre, Padre nuestro que está en el cielo.

Y es que, en el Padrenuestro, se cumple lo que anunció Jesús: "El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial que salta hasta la vida eterna".

Llegar, entonces, al final de esta oración supone colocarnos ante el amor del Padre, tan cercano, que nos hace hijos; tan entrañable, que nos in-vita a ser hermanos; tan inalcanzable, que está en el cielo, desde donde sigue mirándonos como Padre que nos invita a la filiación y la fraternidad.
Y ese amor que deslumbra, nos lleva a agradecer y orar con la oración que enseñó Jesús.
Yo oro con el Padrenuestro para que el Espíritu Santo me enseñe a invocar a Dios como Abba. Y para que pueda mirar a los demás con la mirada del Padre.

Y por eso, tras decir Padre, cierro los ojos, pues sólo tengo un deseo: sentirme hijo, hijo a pesar de mi pequeñez, hijo que se sabe amado por la misericordia del Padre. Hijo que levanta sus brazos y repite: Abba, Padre. Hijo que suplica por todos sus hermanos, para que todos vivamos la común fraternidad. Hijo que se siente empujado por el Padre a amar al estilo de Jesús, el Hijo. Amén, Así sea.

Diócesis Málaga

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