NoticiaEl santo de la semana San Francisco de Asís y el hermano coronavirus San Francisco de Asís abrazando al sultán de Egipto Publicado: 02/10/2020: 11322 Hijo de un rico comerciante de telas, Francisco (fiesta el 4 de octubre) creció como un hijo de papá, despreocupado de la vida y pendiente de los ideales caballerescos de su época. Tras una campaña militar, cayó prisionero y, al enfermar, fue liberado, regresando a casa. Durante su convalecencia empezó a experimentar un cambio que lo llevaría a dejar de lado el estilo de vida mundano que llevaba hasta entonces, pasando a entregar toda su vida a Dios y a los hombres. En la cercana a su casa iglesita derruida de San Damián, Cristo en la cruz tomó vida en tres ocasiones y le dijo: “Ve, Francisco, y repara mi Iglesia en ruinas”. Este llamamiento a construir lo que se había hundido físicamente tiene una connotación espiritual, sintiéndose llamado a reconstruir la Iglesia de aquel tiempo, en la que la vivencia de la fe dejaba mucho que desear. Francisco se sintió llamado a vivir en la pobreza y a dedicarse a la predicación, llegando a llevar el Evangelio hasta al mismísimo sultán musulmán Melek-el-Kâmel en plena época de las cruzadas. En contra de lo previsible, fue recibido y acogido benévolamente brindándonos un ejemplo de diálogo interreligioso desde el respeto y la comprensión mutua, desde el amor. Aquella siembra de la que acabamos de celebrar los 800 años, dio su fruto y, posteriormente, los franciscanos recibieron el permiso para custodiar y velar por los santos lugares en Tierra Santa, un servicio que permite que hoy en día podamos seguir visitándolos. De su profundo amor a Cristo, brotó el amor a toda la creación, que plasmó en su célebre Cántico de las criaturas; una obra de especial relevancia hoy, en nuestro planeta esquilmado por quienes nos hemos sentido dueños de él, en lugar de administradores. El hermano coronavirus Cuando a san Francisco le anunciaron que le quedaba apenas un mes de vida, dicen que exclamó: “¡Bienvenida, hermana muerte!”. Y no es que le agradara el trance, sino que en su certeza de la bondad de la voluntad divina, la muerte no era más que el último paso hacia el encuentro definitivo con el amado. Reconozcámoslo. El coronavirus nos ha hecho a todos pensar más en nuestra muerte. Los mensajes publicitarios del Gobierno han pasado del #TodoSaldráBien, a recordarnos que estamos en una batalla que se juega al “pito, pito gorgorito”. Hoy puede ser tu vecino, mañana tu compañero de trabajo y pasado tú mismo quien sume una simple unidad a esa ya millonaria cifra de muertos por la pandemia. Ojalá dobleguemos pronto la curva, ojalá la prometida vacuna suponga ciertamente una protección masiva de la población; pero mientras tanto, nos conviene tener en cuenta, con realismo, lo que hay. Solo quien es capaz de descubrir en cada criatura, en cada acontecimiento, el mensaje de amor de Dios, puede llamar hermanos al lobo, a la muerte y hasta al hoy famosísimo coronavirus.