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Antonio Elverfeldt: «Me siento muy malagueño y espero volver»

Publicado: 14/01/2021: 19814

Antonio Elverfeldt O.SS.T. (Friburgo, 1966) ha sido durante los últimos seis años párroco de San Pio X y Jesús Obrero, en La Palma-Palmilla y casi el mismo tiempo, delegado de Pastoral Penitenciaria. Ahora este "ciudadano del mundo" ha sido destinado a África, pero Málaga será siempre "su casa".

¿Cómo empezó su vocación, esa que le trajo a Málaga y ahora le lleva a África?

Soy de una familia cristiana, mis padres siempre han estado muy comprometidos con su fe, y me educaron en eso, aunque como suele ser habitual, a los 15 o 16 años tuve la típica "crisis" de no encontrarle sentido a ir a la iglesia. Cuando cumplí los 26 o 27 años, volví y di con un cura muy bueno que hizo que me convirtiera. Terminaba la carrera, empezaba a trabajar y me iba a casar con una muchacha de Colombia, pero no pudo ser. En Frankfurt, trabajando, conocí a los trinitarios y me enamoré. Así es, me enamoré, realmente. Sentí lo mismo que cuando me había enamorado de una chica, casi lo mismo, aunque es muy diferente. Les pregunté si podía probar y me mandaron a España porque allí en Alemania no tienen casas. Así llegué al santuario de la Virgen de la Fuensanta, en Jaen, donde estuve dos años pensándomelo y aprendiendo la vida religiosa. Entré en el 97, e hice los votos perpetuos en 2004. 

¿Cómo vivió su llegada a Málaga? ¿Y cuándo fue?

Estuve mucho tiempo en Antequera, en la casa de acogida para los presos que tenemos allí, y luego en Granada de maestro de postulantes. Después de un año, en un capítulo de la Orden, hubo nuevos destinos y me mandaron a Málaga, a donde tenía muchas ganas de venir por el trabajo con los presos y la casa en el barrio de La Palma-Palmilla. Aquí me nombraron párroco y me dieron todos los títulos. Los seis años que he vivido aquí han sido de cinco estrellas. La comunidad es muy buena, nos hemos llevado muy bien, compartido los mismos criterios y el barrio, a pesar de los problemas que tiene, es maravilloso.

Lleva 22 años trabajando en la cárcel, acompañado por otros sacerdotes y por casi 50 voluntarios… ¿qué ha sido lo que nunca olvidará?

La cárcel es una misión que enamora. Desde que me ordené, estoy vinculado a ella. Y lo que más me impresiona es la humanidad tan abierta y sincera, la manera en que puedes acercarte a las personas. Todos tenemos nuestra intimidad, y llegar a ella desde fuera no es fácil, pero en la cárcel se te da esa oportunidad cada día de modo asombroso. Gente con muchos problemas, al borde de la sociedad, que muchas veces no tiene formación, pero que son personas admirables. Tengo una relación muy cercana con muchos de ellos y se muestran muy agradecidos siempre. Eso es lo que más me ha llenado. Yo les digo que no estoy donde ellos porque no me han pillado, porque todos tenemos nuestros pecados, y algunos están castigados y otros no, pero muchas veces llegar a esa situación depende de muchos factores. Yo he tenido mucha suerte, he nacido en una buena familia, he tenido muchas oportunidades, he podido viajar, estudiar en muchas universidades, recorrer el mundo entero, tengo mi fe... He sido un privilegiado, no me puedo quejar de nada, absolutamente. Y los admiro, porque si hubiera tenido yo que crecer en su situación, no sé cómo estaría ahora. Todo el mundo tiene un corazón, busca justicia, amor, paz, verdad, lo que pasa es que algunos tenemos más herramientas y otros menos. Tampoco quiero justificar, hay gente que hace las cosas mal, pero conociendo a la gente de la cárcel, te das cuenta de que es un ser humano que ha tenido su niñez, su historia, sus experiencias malas, y ha reaccionado de una determinada manera.

El Papa habla mucho de la misericordia de Dios...

Tenemos mucha suerte con Francisco, porque es muy sensible al mundo de la cárcel. Ya en Buenos Aires iba mucho a visitar a la prisión, y sigue haciéndolo cuando tiene oportunidad y habla constantemente de ello. Es un hombre que sabe y nos da muy buenos consejos al respecto.

¿Fue una de las cosas que le enamoró del carisma trinitario, el acompañar a las personas privadas de libertad?

Totalmente. La comunidad de trinitarios españoles que conocí en Frankfurt atendía allí a los emigrantes españoles y trabajaban también en prisión, y eso me llamó muchísimo la atención. 

Tiene varias caras. Lo bueno de ese barrio, es que cuando perteneces a él, es muy bonito. La gente es muy abierta, vive incluso sin cerrar las puertas, y te dejan entrar y salir cuando quieras. Se trata de un barrio marginal del que la gente tiene muy difícil salir o acceder a una vida normalizada, pero como párroco, es un regalo. La gente es muy sincera, muy espontánea, muy cariñosa. En otras parroquias, al salir de Misa, te dicen "qué bonito ha estado todo", pero aquí no. Aquí te dicen "esto no es así, no estoy de acuerdo" o "viene usted hoy muy guapo". Son muy directos, y eso te ayuda mucho. 

¿Se sienten unos vecinos más?

Sí, sí. Aunque privilegiados, porque la iglesia, que siempre fue muy pobre y pequeñita, se reconstruyó con la ayuda de las cofradías de Málaga y ahora es un lugar muy espacioso, por lo que vivimos muy bien. Pero sí, queremos ser parte de ellos, y en eso hemos insistido siempre desde mis antecesores aquí, que hicieron un trabajo muy bueno, a la comunidad de ahora. Nos respetan mucho.

Esta pandemia ha afectado mucho a estos dos ámbitos en los que se mueve: la cárcel y la exclusión. ¿Qué ha sido lo más duro?

Sí, ha sido horrible. Cuando empezó el confinamiento, teníamos con nosotros a un compañero enfermo de cáncer, y pensamos que íbamos a poder dedicarnos en cuerpo y alma a atenderlo con tranquilidad, pero los vecinos del barrio se encontraron en muchos casos sin ningún recurso, sin ingresos económicos debido al estado de alarma (muchos viven de la venta de chatarra, de aparcacoches, de empleo doméstico, de sustituciones en la hostelería...), y se encontraron sin medios para comer ni para atender sus necesidades más básicas. Así que empezamos un trabajo impresionante, duro, duro, todo el día en la puerta atendiendo a gente, citándoles espaciadamente para que no hubiera riesgos, pero tratando de dar respuesta a todos. También pudimos ver la gran solidaridad de muchas personas, que hicieron donaciones para poder atender la demanda que recibíamos. Fue una experiencia preciosa poder responder a un sufrimiento tan grande, estar ahí cerca. Y en prisión, los internos se sentían incluso privilegiados, y su mayor preocupación era cómo estaban sus familias fuera y no poderse comunicar con ellos. De la Pastoral Penitenciaria solo podíamos entrar otro trinitario y yo, ningún voluntario, y el trabajo que hacemos está aún ahora muy mermado. Ojalá se pueda activar ahora.

¿Qué nos tiene que enseñar esta situación?

Yo espero que a valorar lo importante: nuestra familia, nuestros amigos... Hemos caído mucho en el materialismo, y esto nos está enseñando a desprendernos.

En Alhucemas (Marruecos) voy a una comunidad pequeñita, en un país donde no hay pastoral parroquial, para trabajar por el pueblo (enseñando español, atendiendo a niños discapacitados, en la cáritas...) y acompañar también en lo posible a las personas migrantes.

¿Qué sintió al enterarse del nuevo destino?

Siempre he querido ir a África, pero estando en Málaga, ya no pronunciaba ese deseo. De todos modos, siempre hemos tenido mucho contacto con la comunidad de allí de Marruecos y como se me dan bien los idiomas, voy a sustituir a otro compañero. Tengo muchas ganas, porque el mundo musulmán siempre me ha llamado mucho la atención, una cultura muy distinta, y convivir con ellos como sacerdote católico, dialogando con ellos y acercarnos a ellos me parece muy ilusionante.

¿Y qué se va a llevar de Málaga? 

Los malagueños son impresionantes, expresan sus emociones sin problema, como nunca antes he vivido en ningún lugar. Me he quedado impresionado de la cantidad de personas que me han manifestado su cariño, que me han dicho que me van a echar de menos... no estoy acostumbrado a eso. Son muy cariñosos, muy cercanos, muy abiertos. Me gustaría tener la oportunidad de volver algún día. Conocer África y volver a "mi casa". Aunque soy hombre del mundo, me siento muy malagueño. Y en este barrio, la gente es admirable. Tienen muchas habilidades para vivir con alegría la peor de las situaciones.

Ana María Medina

Periodista de la diócesis de Málaga

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