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Estatua sepulcral de Luis de Torres II

Publicado: 02/11/2021: 6831

Luis de Torres II no fue a la zaga en prestigio a su tío, el arzobispo de Salerno. Al igual que él, gozó de la confianza de varios pontífices como Pío V y Gregorio XIII, desempeñando los cargos de Presidente y Decano de la Cámara Apostólica y Nuncio Apostólico para los reinos de España y Portugal.

Al ser preconizado a la mitra de Monreale, instauró una dinastía eclesiástica en la silla arzobispal de esta prestigiosa archidiócesis siciliana, transferida de tío a sobrino hasta entrado el siglo XVII. Su sobrino y sucesor, Luis de Torres III, fue el primero en convertirse en cardenal al igual que el sobrino de éste, Cosme de Torres. Cuando Luis de Torres II falleció a finales de 1584, Luis de Torres III y su tío el deán Alonso promovieron un segundo monumento funerario para honrar su memoria, ubicado en la capilla familiar frontero al de Luis de Torres I. Su ejecución se sitúa en torno a los talleres romanos del momento; presumiblemente el del escultor y arquitecto Giovanni Antonio Dòsio, quien ya había realizado para los Torres el basamento y urna donde se acopló la estatua de bronce adquirida a Guglielmo della Porta.

La composición del conjunto y la impronta de la estatua de Luis de Torres II suscriben fielmente las pautas del monumento de Luis de Torres I, aunque rehuyendo su policromía y diversidad de materiales por la uniformidad y monotonía del mármol blanco. A través de su propia obra, Guglielmo della Porta había consolidado un modelo de estatua funeraria recostada que caló hondamente en la alta cultura manierista europea, al sintetizar tanto los precedentes escultóricos antiguos como los referentes modernos, especialmente los de Miguel Ángel. Valgan como ejemplo los monumentos fúnebres de los cardenales Federico y Paolo Cesi en la Basílica romana de Santa María la Mayor. Aunque de factura notable, la estatua fúnebre de Luis de Torres II no alcanza la excelencia artística de la pieza de bronce dedicada a su tío.

Las poses pensativas y melancólicas de los arzobispos Torres se relacionan con el concepto del Humanismo cristiano que asimila el fin de la vida mortal al dulce y apacible sueño del justo que espera el desembarco del alma en el puerto tranquilo y seguro de la eternidad. Siguiendo el pensamiento de San Pablo, este sueño es el fin del trayecto para quien ha navegado trabajosamente en el mar tormentoso de la existencia material y aguarda la resurrección con la confianza absoluta en la promesa hecha por Cristo tras su victoria sobre la Muerte.           

Juan A. Sánchez López

 

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