Vida Diocesana

De veneno a remedio

Publicado: 11/08/2015: 1001

La diversidad etiológica de la enfermedad de la droga, condiciona una complejidad terapéutica que confirma que no existen enfermedades sino enfermos y así los tratamientos, aunque sostengan necesarios elementos comunes, siempre poseen una específica individualidad.

Es una realidad la existencia de un grupo significativo de jóvenes consumidores que se encuentran en una situación de singular marginación y en unas condiciones de vida que les impide valorar su condición de riesgo, y como la drogas tienen un silencio clínico prolongado y sus efectos negativos no son inmediatos, ese consumo se prolonga el tiempo suficiente para que progresivamente los deterioros neuronales se consoliden y desencadenen, al perturbar el orden, armonía, jerarquía cerebral, una alteración funcional del entendimiento, memoria y voluntad, que se llega a  manifestar en la clínica con síntomas que definen patologías mentales.

Es un grupo que no se plantean acudir a los centros especializados, en algunos casos por la ignorancia de su existencia, en ocasiones por su propia confusión mental,  aunque también sucede que por su estilo vida de exclusión social, la idea de ser identificados y localizados en un organismo oficial, les provoca una sensación de desconfianza, miedo y peligrosidad que les hacen descartar esa opción. Viven dominados por una desesperanza existencial en el que sentirse persona, es decir autónoma, libre, con capacidad de discernir, reflexionar y dirigir a voluntad sus actos para hacerse dueña de su vida, es un pensamiento hipotecado. A pesar de esto, no dejan de suspirar y desear que suceda algo que les pueda librar de esa marginación esclavizante, en que martirio es el vivir cada día.

¿Qué hacer?  Se impone estrategias para salir a la calle y acercarnos a esa población y ponernos a su lado, en una actitud de respeto dignificante de su libertad y con el objetivo, no de inducirlos a dejar el consumo, sino el de atenderles, orientarles y preocuparnos de ellos como persona, Se pretende de manera directa que el enfermo tenga la percepción de ser objeto de cuidado y preocupación, para iniciar una relación  que nos permita conocer el problema desde su perspectiva e introducir un elemento de comprensión que facilite una sincera comunicación.

Esta dinámica nos asegura un escenario para tener un contacto horizontal y sistemático y poder  informar sobre los cortes adulterados; avisar sobre  las asociaciones con otras drogas y su potencialidad de desencadenar diversas patologías; señalar detalles para aumentar la higiene en las técnicas del consumo y, en resumen, educar  para que ese consumo lo realice en las mejores condiciones y con los menores daños posibles. En este ambiente, se presentan oportunidades para conocer a la familia y la posibilidad de su colaboración en disminuir los factores de riesgos y potenciar los de prevención. Es fácil que, un acontecimiento especialmente traumático familiar o personal, desencadene en el enfermo una movimiento interior que le haga tomar conciencia de su estado e inicie una labor de discernimiento en que las respuestas al por qué y para qué sigue en la droga, le puedan iluminar horizontes fortalecedores de esperanzas.

Es entonces cuando se tiene la oportunidad, desde una posición cercana y empática, de ofrecerle un programa personal para que el consumo diario de la droga se ajuste a una dosis mínima suficiente que evite el síndrome de abstinencia y sus molestias derivadas. Durante un tiempo, el consumo controlado de la droga, le hará tener una experiencia personal en que la idea de un cierto dominio sobre la droga se le grabará en su mente y la posibilidad de que es posible vivir sin la droga será un pensamiento argumentado. Una nueva realidad se adueña de su conciencia y empieza a rumiar sobre un proyecto de futuro en que la droga no se encuentre presente, y queden clausurados definitivamente el periodo de esclavitud sufrido.

La ocasión de informarle de la posibilidad de un tratamiento de desintoxicación ambulatoria-domiciliaria es única y con la garantía de superar los efectos de la abstinencia de manera rápida, eficaz, segura y limpia, en un proceso en que la implicación del núcleo familiar, representa un elemento de especial importancia terapéutica.  Conseguida la desintoxicación, sólo queda trabajar para el objetivo principal: que esa persona pierda su condición de marginado incorporándolo a la red pública de atención a las drogodependencias, que tiene los programas y recursos necesarios y suficientes para conseguir  la plena integración y normalización social y laboral.
 


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