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Sor Lucia Koki Mutinda: «El día de mi profesión, el luto se convirtió en alegría»

Publicado: 05/03/2019: 18329

Sor Lucía Koki Mutinda es natural de Kangundo (en la diócesis de Machakos, en Kenia). A sus 41 años, lleva nueve en España y tres en Málaga. El pasado 2 de marzo hizo su profesión solemne en una Eucaristía presidida por el Obispo de Málaga en el monasterio de Belén, de las Clarisas de Antequera.

«Profesé el mismo día que, hace diez años, murió mi madre. Era como si ella me dijera "Yo estoy siempre ahí contigo"»

¿Cómo comenzó su vocación religiosa?

Desde pequeña. Tengo una prima hermana que es religiosa de vida activa, y siempre la he visto como un ejemplo: por lo buena que era, lo bien que hablaba de todo el mundo. Eso me llamaba la atención y de ahí poco a poco me planteé ser monja, pero no era una llamada que percibiera clara. Cuando terminé secundaria y empecé a trabajar, me di cuenta de que esa manera de vivir no llenaba mi vida, que había aún un vacío en mí. Hablé con el sacerdote y así fue como comenzó todo.

¿Por qué clarisa?

Otra prima mía es clarisa aquí en España, en la comunidad de Montilla. Mi primer deseo era seguir sus pasos, pero entré en la comunidad de Córdoba. En Antequera llevo tres años y estoy muy contenta. Somos doce, la mayoría de Kenia, y las hermanas me han acogido bien.

¿Qué supone para usted Antequera?

Es una ciudad muy bonita. La gente enseguida me ha acogido muy bien, aunque todavía no conozco mucho. Cuando salgo acompañando a alguna hermana, veo que todos las saludan. La gente está muy contenta con las hermanas. Nuestro trabajo consiste en hacer dulces, es de lo que dependemos para vivir.

El Obispo, en la homilía del día de su profesión, dio gracias a Dios por la llamada que le había dirigido. ¿Cómo vivió usted ese día?

Fue muy especial. Profesé el mismo día que, hace diez años, murió mi madre. Cuando se reunieron las hermanas para decidir la fecha, yo no estaba, y cuando me la comunicaron, sentí que era un regalo de mi mamá, que me estaba diciendo "yo estoy siempre ahí contigo", y me estaba ofreciendo recordar ya para siempre este día con alegría, y nunca más con dolor o tristeza. Ha sido algo que no puedo explicar y que ha cambiado completamente ese día, del duelo a la alegría. Lo disfruté mucho. El Obispo habló muy bien de la vida consagrada y del amor dirigido al Señor y a los demás.

¿Qué ayudas encuentra en ese seguimiento del Señor?

Me ayuda mucho estudiar, formarme, los cursos y las clases que recibimos de formación permanente. Casi todas las tardes trabajamos documentos, estudiamos nuestras constituciones, artículos de la Iglesia universal. Y otra ayuda fundamental es la oración, también la personal, porque solo la comunitaria no es suficiente para mí. Me gusta coger la primera hora del día, a las 5.00 horas, y la hora previa a la oración comunitaria de la tarde, a las 17.00 horas.

¿Y qué dificultades?

La convivencia con personas distintas siempre cuesta, es normal. Siempre hay choques con las hermanas, como en cualquier familia. Pero es una llamada a entregarte más que todas las cosas, porque tenemos que vivir una convivencia saludable, esforzándome por aceptar lo que mis hermanas me dicen para caminar mejor, como un gesto no de falta de amor, sino de amor verdadero hacia mí.

¿Cómo vivió su familia el que se hiciera religiosa en España?

Mi padre y mis hermanos siguen en mi pueblo, y al principio, especialmente a mi padre, le costó un poco aceptarlo. Pero ya está bien. Hablamos a menudo y siento su cercanía. Y sabe que cada cierto tiempo, iré a verlos. En el momento de mi profesión, lamentablemente, ha coincidido la muerte de mi hermano mayor, que falleció a causa de un accidente en los días previos. No pude estar allí, pero lo viví con paz. Como yo digo, llega un tiempo en que una tiene cerrar los ojos corporales, y abrir los ojos de la fe. La vida tiene que seguir y sé que iré a verlos en un futuro.

¿Es difícil optar por la castidad, la obediencia y la pobreza en el siglo XXI?

Si una mete en su cabeza la idea de que no puede vivir en obediencia, será difícil, un choque en su vida, ya sea en su familia, en su trabajo. Lo mismo pasa en la vida religiosa. Si no lo veo con los ojos de la fe, no podré vivir la obediencia, ni la castidad, ni la pobreza. Será un fardo pesado que tendrá que dejar. Pero si crees que son fáciles, lo serán.

¿Qué le diría a una joven que se plantea escuchar la llamada a ser religiosa?

Aquí es más difícil que en Kenia, porque allí mantenemos las raíces cristianas, algo que en esta sociedad se ha perdido en muchas familias. Por eso, lo primero que haría aquí sería conocerla y caminar con ella pasito a pasito, luego enseñar a esa joven qué es la fe, qué cosas son necesarias en la vida y qué cosas no, y mostrándole la vida religiosa tal como es. Creo que es el camino para que ella misma diga, sin ningún esfuerzo, "quiero ser como tú".

Ana María Medina

Periodista de la diócesis de Málaga

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