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Concilio Vaticano I

Publicado: 04/11/2013: 17671

El Vaticano I se celebró en la Basílica de San Pedro en Roma. Participaron 774 padres conciliares, pertenecientes a treinta naciones. Fueron invitados los obispos ortodoxos y las Iglesias reformadas, pero unánimemente rechazaron la invitación.

Desde Trento (1564) no se había convocado en la Iglesia un nuevo concilio ecuménico. Éste fue el Vaticano I (1870); habían pasado más de 300 años. En este largo período de tiempo, aparecieron en Europa una serie de ideologías que afectaron profundamente al pensamiento cristiano.

El siglo XVII estuvo marcado por el racionalismo francés y por el empirismo inglés: la razón y los sentidos eran los únicos criterios de verdad; esta actitud acentuaba la desconfianza a la revelación y a la trascendencia. El siglo XVIII recoge esta herencia y surge la llamada "Ilustración"; un siglo muy pobre en el pensamiento filosófico. Aparece una pseudofilosofía superficial que pretende redimir a los pueblos de las tinieblas de la religión, criticando especialmente al cristianismo. Su obra cumbre fue la "Enciclopedia": sus volúmenes y sus ideas se exportaron a toda Europa y América. Culmina el Siglo de las luces con la Revolución francesa, cuyos ideales influirán eficazmente en la Europa del XIX.

El siglo XIX es el siglo del confusionismo de las ideas, herencia del pensamiento anterior: el liberalismo ideológico defiende toda clase de libertades y ofrece una visión del mundo clara- mente antropocéntrica, de aquí sus recelos a la religión revelada. El ateísmo, el agnosticismo, el indiferentismo, el materialismo, el positivismo, el panteísmo en sus diversas formas y otras desviaciones teológicas, como el tradicionalismo (el criterio de que la verdad es la tradición), o el hermesianismo (un puro racionalismo en el que la fe es fruto de la razón humana) originaron un grave quebranto en la fe y en la sociedad cristiana. El desconcierto en la Iglesia era tal que el papa Pío IX, en su encíclica "Quanta cura" (1864) y en el "Syllabus", condenó todas estas desviaciones.

Tal condenación desagradó a los círculos liberales y a los políticos que consideraron ambos documentos como un atentado a las libertades y al progreso, pues a su vez el Papa condenaba el comunismo, el socialismo, el absolutismo de los estados y el mal entendido liberalismo. A finales de 1864, Pío IX manifestó a los cardenales su propósito de convocar un concilio, como medio necesario de combatir el laicismo reinante; la gran mayoría de los cardenales aceptó la propuesta papal. En junio de 1868 fue publicada la bula "Aeterni Patris", fijando para el 8 de diciembre de 1869 el comienzo del concilio.

El Vaticano I se celebró en la Basílica de San Pedro en Roma. Participaron 774 padres conciliares, pertenecientes a treinta naciones. Fueron invitados los obispos ortodoxos y las Iglesias reformadas, pero unánimemente rechazaron la invitación.

Anteriormente, cinco comisiones habían redactado 51 temas, pero solamente dos llegaron a la aprobación definitiva: "De fide catholica" y "De Ecclesia Christi". El Vaticano I tuvo cuatro sesiones solemnes: la de apertura, la de juramento de los Padres, la que definió la constitución "Dei Filius" y la que también definió la constitución dogmática "Pastor Aeternus" sobre la Iglesia.

En la tercera sesión, celebrada en abril de 1870, se aprobó por unanimidad la constitución "Dei Filius" sobre la fe católica. Documento lúdico y espléndido compuesto por cuatro capítulos. En ellos se afirma la existencia de un Dios personal y creador al que se puede conocer por la luz de la razón; la necesidad e importancia de la revelación divina; la fe y su conformidad con la razón y la imposibilidad de conflicto entre fe y razón. Este documento, esencialmente doctrinal, termina con una serie de cánones, condenando al ateísmo, el materialismo, el panteísmo en todas sus formas, el deísmo y todas aquellas doctrinas y filosofías que, en nombre de la razón, rechazan la revelación y la fe. La "Dei Filius" iluminó con claridad la conciencia de muchos católicos desorientados que veían perturbada su fe ante tantas ideologías que, en el fondo, negaban o ponían en duda la existencia del mismo Dios.

Autor: Santiago Correa, sacerdote

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